— TÍTULO
ausencia
— FECHA
En curso
ausencias es un eje de trabajo que define mi fotografía. Trata de poner en tensión dos conceptos esenciales en la vida humana: la presencia y la ausencia. Busca captar lo que no está, lo que se ha ido, lo que nunca estuvo y otorgarle, paradójicamente, cierta materialidad.
La ausencia necesita de la presencia para existir. En la filosofía budista la nada se define sólo en relación con el todo. Para buscar la totalidad hace falta buscar el Śūnyatā o vacío a través del estado meditativo. La ausencia es un intermedio, un rastro, un signo fantasmal. Susan Sontag afirma que “una fotografía es a la vez una pseudopresencia y un signo de ausencia”. Es por su naturaleza fantasmagórica que el medio fotográfico es idóneo en esta búsqueda.
pseudo- se ayuda también del término japonés Ma, que suele traducirse como intervalo o espacio. Es el espacio negativo, lo que no está, el vacío potencial. Según la filosofía japonesa, la vida se encuentra justamente en esos lugares. Es especialmente pertinente en teoría del arte: lo que no se nos cuenta, lo que se intuye, lo imaginado. El arquitecto gallego-japonés Jin Taira afirma que la arquitectura actúa al poner límites al espacio vacío y convertirlo en Ma, un vacío lleno de significado. Utilizo aquí una concepción análoga de la fotografía, que encierra y da sentido.
En resumen, el proyecto trata de dialogar con estas tensiones, relaciones de identidad y de contraste, trampantojos y confusiones. En esta línea, el medio analógico en el que se han tomado todas las imágenes es de ayuda pues materializa la desaparición: el celuloide, las manchas de químico, el polvo capturado por el escáner; también las fotografías a fotografías, los espejos, las transparencias, los haces de luz o los claroscuros son algunas de las herramientas que reflexionan sobre la ausencia.
— TÍTULO
La última noche en casa
— LOCALIZACIÓN
Barrio de Coronales, Madrid, España
— FECHA
enero 2019
La última noche en casa es una serie sobre la muerte de una abuela. La mía. Otra. O quizás ninguna.
Mi abuela y yo nos quisimos mucho, llegando a una especie de complicidad que sólo he encontrado en ella.
Bastante tiempo después de morir, cuando su casa se puso en venta y todos los miembros de una familia más bien numerosa andaban entrando y saliendo, sacando todo aquello que pudiera resultar valioso, tuve la oportunidad de ir una última vez a modo de despedida. Aproveché para tomar las últimas fotos de aquel lugar. Creo que buscaba en entonces una continuidad material de su existencia a través de sus rastros vitales contenidos en un negativo, invocar simbólicamente su presencia.
Hoy veo el sarcasmo con que las fotografías desprenden lo contrario. Aquella casa la habitaban solo los resquicios de la demolición de una existencia concluida algún tiempo atrás, un hogar desembrado y una vivienda en luto. Quedaba ya solo un recordatorio constante de la muerte. Había solo ausencia; y la fotografía, por su misma esencia, no hizo más que reforzarla.
Mi vida ha sido de nómada. Siempre se un lado para otro. De Mieres nos fuimos a Gijón porque el abuelo desguazada barcos. Después estuvimos en Ribadesella desguazando un puente. Y después León, a un pueblo que se llama Villar de Santiago, a trabajar en la mina. Y allí nació mi hermano Julio. Y alli hice yo la comunión, ¿sabes?. Yo era la única niña que iba de blanco. Me acuerdo que una señora dijo: “Mira que blanca Paloma va por ahí”, porque claro, eso no se había visto nunca. Era un vestido muy bonito. Todavía lo tengo, ya te enseñaré los restos del vestido.